El sepulcro bizantino

Trance, tránsito; partida
a la cripta de amargura,
que en la helada sepultura
va el prefacio de otra vida.
En la lágrima se olvida
que la muerte es el destino
de este lúgubre camino
que es casi siempre tormento,
y se escapa como el viento
al sepulcro bizantino.

Sin dramas

Cuando la cosa se anima,
en el tema del querer,
da igual hombre que mujer,
si tu primo o si tu prima.
Ponte abajo o ponte encima,
en el pajar o en la cama,
y olvida ser una dama
o un galante caballero,
no hay nada más placentero
que un polvete sin un drama.

Calaverita

Colorida calavera,
que me bailas un danzón
al escuchar la canción
que sonaba a la manera
de una tétrica ranchera.
Tembloroso por temerte
en la vida o en la muerte,
casi siempre me pregunto
si al yacer como un difunto
viviré para quererte.

Ojos verdes, aguamarina

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La calle Huertas el sendero,
que los fines de semana,
de manera cotidiana,
iluminan dos luceros
en un ambiente fiestero.
De ese verde aguamarina
son tus ojos de felina…
de una eterna primavera.
Y es tu fina cabellera
de rubia tirando a albina.

Te me acercas con salero,
te presentas: – «Soy Tatiana»-,
Tu mirada siberiana,
tan fría como el acero,
me quema como un brasero.
Y cincelo en mi retina
tu boca tan coralina,
el vibrar de tu cadera…
y yo, me abraso en la hoguera,
de mi bella concubina.

No hay color en el tintero,
ni en tu piel de porcelana,
transparente y tan liviana.
Más sentirla es placentero
si te toco con esmero.
Todo rosas, ni una espina,
al correrse la cortina,
del amor de esa guerrera,
que quiso ser guitarrera,
y yo ensalzo en mi vitrina.

La Décima

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Qué mal empiezan la cosa,
un córner, Godín remata,
Casillas mete la pata,
y en la noche calurosa
se cierne pesada losa.
Este feroz sufrimiento
que termina en el descuento,
cuando Ramos de cabeza,
realiza la proeza
y ganamos el evento.

La luna

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Sobre un agua reposada,
tan brillante como llena,
desde el cielo tan serena
fulgura desvergonzada
entre crecida y menguada.
La imagen de una impostora,
oscilante en la laguna
por una ola inoportuna,
que se derrama y que llora
en su afán de aduladora.

Virginal e iluminada,
radiante como patena,
en la noche de verbena
sobre ese mar acostada
donde se ve reflejada.
A veces provocadora,
casi siempre seductora,
rodeada por fortuna
de las canciones de cuna,
de una estrella soñadora.

En la noche plateada,
cepillando su melena
luce una bella sirena,
por esa luz cincelada
que la tamiza cual hada.
Esperando aquella aurora,
a la hora desgarradora,
en que grabada en la runa
se oculte por fin la luna,
se esconda su protectora.

Tu sonrisa

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Tenue rictus en la cara,
la mejilla sonrosada,
traza tu piel delicada
y la engalana cual tiara,
como fuego en la almenara.
Desprende una suave brisa
esa boca tan concisa,
y brota de tu mirada
del alma de enamorada,
el fruto de tu sonrisa.

Sonrisa que me cautiva,
que me alegra el corazón,
el motivo y la razón
de esta pasión excesiva,
de esta intención tan lasciva.
Sonrisa que te ilumina,
es la fina muselina,
dulce a la piel acaricia,
el deleite y la delicia,
de esa mueca tan divina.

Seven

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El pecado del fornicio,

ese lascivo delito

de Asmodeo y su apetito,

la lujuria sin prejuicio

con desenfreno y por vicio.

Belfegor el perezoso

también se muestra doloso,

por desgana y por acidia,

pecando por la desidia

de subsistir siempre ocioso.

 

El bodegón que le anula

a Belzebú, el muy glotón,

que llega a la indigestión

comiendo como una mula,

sin bula, solo ansia y gula.

No le vale la enseñanza,

se perdió toda esperanza,

Amon es un resentido,

es la ira de un ofendido,

su deseo: la venganza.

 

Consumido por los celos,

el demonio Leviatán,

ni postrado en el diván

de la envidia y sus anhelos,

elimina sus desvelos.

Y es Mammon un miserable,

usurero y detestable,

malicioso y con codicia,

en su mundo de avaricia

de simonía insaciable.

 

Lucifer, ¡el orgulloso!

Un diablo prepotente,

la soberbia es la simiente

que has enterrado en el foso

de tu infierno vanidoso.

Los pecados capitales

tentaciones infernales,

esas pasiones malvadas

de las normas quebrantadas

desde tiempos ancestrales.

Guernica

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Al cielo un hombre suplica

que pare este ‘tres de mayo’.

Ante el horror del ensayo,

vierte sangre que salpica

sobre el pueblo de Guernica.

Un atroz experimento

que ha llenado de lamento

a ese caballo valiente

y a víctimas inocentes…

¡Pegaso, qué sufrimiento!

 

En la negra oscuridad

atormentado está el Toro

no puede evitar el lloro

que refleja la crueldad

la escena de la Piedad.

Y una mujer se arrodilla

debajo de la bombilla,

bombas de Guerra y abismo

que Picasso ve en cubismo,

blanco y negro… pesadilla.

 

En París es presentado

por encargo de República,

que solo puede hacer pública

a través de un decorado

la rebelión de un taimado.

Paz rota, paloma herida,

queda la España partida,

matándose entre hermanos,

y alemanes e italianos,

‘vuelan’ Guernica vencida.

En la hora de la siesta…

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Despierta la verga enhiesta

deseosa de follar,

y le viene a suplicar

en la hora de la siesta

-¡Vamos a hacer otra fiesta!

a su pudorosa amante.

Bajo la braga elegante

ese sexo bien hermoso,

deseado y sinuoso

inmoral y algo pedante.

 

Afilado el sable asesta

insaciable por gozar,

ávido que es por amar

como le pide la testa

por conquistar otra gesta.

La hazaña de un tunante

que dejó de ser infante

frente al pecho generoso

y los muslos sudorosos

de una mujer delirante.

 

Monte de Venus, la cresta

que acaba de penetrar.

Solo se oye suspirar

en lo que del día resta

por el gozo de la ingesta

del elixir refrescante

que expulsa el miembro picante,

ese mástil voluptuoso,

ardoroso y amoroso,

pasional y muy galante.