La manada

De los últimos brillos de la luna,
deserta la noche desvencijada,
la mañana, homicida de pasiones,
la recibe confusa, abigarrada.

Entre humo denso de tonos metálicos,
en otra cruda e inclemente alborada,
el cuerpo sobrevive entumecido,
¿y el alma? el alma en una encrucijada.

En mi camino las ruinas del mundo,
ceniza, escoria, una triste mirada,
la de esa chica que vaga sin rumbo,
con la condena en sus ojos pintada.

Pintada con lágrimas negras zainas,
un feroz grito, en su boca callada,
y el vil dolor que refleja su cara,
espejo inquieto de una atormentada.

La decadente y voraz sociedad
ya la ha señalado, ¡es que iba embriagada!
Jauría mortal de frívolas hienas,
que husmea la sangre y clava la espada.

¿Los culpables? altivos, clandestinos,
se jactan de su mezquina escapada,
y a coro imploran mil voces rasgadas,
por justicia que pene a la manada.

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